Usted tiene talento, pero también suerte
El profesor Robert H. Frank reflexiona sobre el papel de la buena fortuna en la carrera profesional
Cuando crearon la famosa serie televisiva Breaking bad, a Bryan Cranston le vino a ver la suerte. No porque le escogieran para el papel protagonista, lo que convirtió en una celebridad a este actor de reparto de mediana edad, sino porque antes de que eso llegara otros dos artistas dijeron que no. El productor Vince Gilligan propuso el nombre de Cranston, pero los ejecutivos del estudio lo rechazaron porque querían a un intérprete famoso. Contactaron con John Cusack para hacer de Walter White y dijo que no, luego se lo propusieron Mathew Brokerick, que también les rechazó. Y así, Gilligan volvió a poner a Cranston sobre la mesa, y el estudio lo acató. Si Cusack o Broderick hubiesen leído el guión con más cariño, este artículo no arrancaría hablando de Bryan Cranston.
Este es uno de los ejemplos que Robert Frank, profesor de gestión en la Universidad estadounidense de Cornell, analiza en un libro sobre la importancia de la suerte en los éxitos económicos o empresariales, una enmienda a la teoría del hombre 100% hecho a sí mismo. La obra Success and luck. Good fortune and the Myth of Meritocracy (Éxito y suerte. La buena fortuna y el mito de la meritocracia), publicada el pasado mayo, aborda mediante estudios y múltiples ejemplos cómo muchos factores arbitrarios influyen la carrera de las personas. No reconocerlo ahonda en la desigualdad.
“Las personas que han triunfado en los negocios han trabajado duro, pero deben recordar que han contratado a trabajadores que han sido formados en las escuelas públicas y que cuentan con la protección de las fuerzas de seguridad, y cuando triunfen, deben devolverle algo a la comunidad para que el siguiente grupo también prospere”, explica el autor.
El hecho de que Frank esté hoy vivo y haya escrito este libro tiene mucho que ver con la suerte. En 2007 sufrió un paro cardiaco repentino mientras jugaba a tenis en una cancha a casi 10 kilómetros de cualquier ambulancia. El día que ocurrió, dos unidades que acababan de atender sendos accidentes estaban justo a su lado, así que sobrevivió a algo que, según le dijeron los médicos, no pueden contar nueve de cada 10 personas que lo sufren.
A uno no le importa reconocer la suerte de haber engañado a la muerte en un accidente, pero le incomoda admitir la importancia de lo aleatorio para los logros personales, como si en ese terreno no contara eso de estar en el lugar adecuado y en el momento adecuado. Hay un trasfondo o una derivada política en este pensamiento, el que cree que los factores externos no le han ayudado, que todo lo logrado depende exclusivamente de sus méritos, ve menos relevante el papel de lo público.
“Admitir el peso de la suerte no significa que no haya esfuerzo y talento detrás de un éxito. Y esto importa porque los que se consideran personas hechas a sí mismas sin ayuda tienden a ser menos generosos y tener menos consideración por lo público”, apunta el profesor.
No todo el mundo es así. El celebrado escritor Michael Lewis pronunció un discurso en 2012, en un acto de graduación en Princeton, en el que reconoció cómo logró su empleo en Salomon Brothers, donde se estaba transformando Wall Street y aprendió todo sobre complejos productos financieros derivados, gracias a que se sentó en una cena junto a la esposa de un pez gordo de la entidad. Su experiencia en Salomon le llevó a escribir su primer gran superventas, El póker del mentiroso.
“Si más gente dijera estas cosas sería mejor, sería mejor incluso para esas personas, porque está demostrado que la gente prefiere a las personas humildes”, dice Frank. Su idea es que Lewis no es menos talentoso por reconocer el papel que la fortuna ha desempeñado en su éxito. De hecho, “el éxito, a gran escala, no es común sin trabajo duro y talento detrás, puede haber algún ejemplo, pero es mínimo”, apunta.
El factor suerte también incluye el dónde uno ha nacido y, cuanto más pesa ese factor, peor funciona el llamado ascensor social, ese que permite a los trabajadores escalar en la pirámide económica. “Uno de los datos que más me entristecen es que los hijos más inteligente de las familias pobres tienen menos posibilidades de graduarse que los menos listos de las familias ricas”, señala Frank.
Fuente
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